Todos a la mesa
El calor de Mazatlán se colaba por las ventanas abiertas mientras regresaba de la primaria, con el olor inconfundible de la comida de mamá flotando en el aire. En la casa, el perfume de papá, ese que usaba para ir a trabajar, aún permanecía en el ambiente, como un recuerdo silencioso de su presencia.
Mi padre, aunque siempre parecía ocupado, se daba siempre el tiempo de regresar a casa durante su descanso del trabajo. Parecía que comer en casa era más importante que convivir con sus compañeros de trabajo. Esa pausa era un acto de amor silencioso, un espacio donde la familia se volvía prioridad.
La mesa estaba puesta, sencilla pero llena de vida. No era solo un lugar para comer; era el corazón de nuestra familia. Allí, entre platos y vasos, se tejían conversaciones múltiples, risas que se entrelazaban, miradas cómplices y silencios compartidos. Cada voz tenía su espacio, cada historia su momento.
Mi madre sabía cuáles eran nuestras comidas favoritas. No siempre podía darnos el gusto, pero con lo que tenía, ponía cariño en cada paso de la preparación. Cuidaba que nada nos causara conflicto, cortaba la comida en pedazos pequeños, incluso licuaba ingredientes para que pasaran desapercibidos. Cada receta llevaba incrustado un amor silencioso, un cuidado que solo una madre sabe dar.
Comer juntos era un ritual sagrado, un acto de unión que el tiempo y la modernidad han ido desdibujando. La tecnología comenzó a sustituir las conversaciones: primero la televisión, luego las plataformas de streaming, los dispositivos inteligentes. Poco a poco, la mesa se fue quedando en silencio.
Después de la comida, el trabajo en equipo continuaba. Lavar los platos era obligatorio, pero mi yo de adulto ahora lo disfruta como un ritual íntimo que me recuerda la cercanía a mi familia. Ese gesto simple es un acto de amor y respeto, una manera de sostener ese pequeño universo que llamamos hogar.
Mi yo de adulto siente nostalgia por esa ilusión de familia que se creaba. Ahora decido crearla a través de cocinarle a mis seres amados. Porque una comida no es solo alimentar con amor y alimentos; es demostrar que piensas en ellos. Servir una mesa tiene todo el significado de cercanía, amor y respeto. Preparar la mesa, la comida y limpiar después es una invitación a formar parte de mi vida. Quiero escucharte, quiero que seas uno conmigo. Quiero crear algo que solo se puede a través de cada comida, cada mesa servida, cada palabra compartida sentados a la mesa y el calor de la cocina después de preparar los alimentos.
Este relato es un llamado a recuperar esos momentos. No solo para quienes compartimos sangre, sino para quienes elegimos ser familia. Comer juntos, no solo en restaurantes o celebraciones, sino en la sencillez de una casa, es un acto de resistencia contra la soledad y el aislamiento.
Te invito a buscar esa mesa, a crearla donde estés, aunque sea para dos o para uno. Porque en esos instantes de presencia compartida, se construyen los lazos que sostienen la vida.
Que estas páginas sean un puente para cuidar mejor lo cercano
Para que en círculos pequeños encontremos la fuerza para enfrentar el mundo.
Leer el último relato